No era previsible, pero resulta lógico, que la guerra en Medio Oriente le restara algo de espacio mediático a la ceremonia y al discurso de toma de posesión de como presidenta. Justamente, lo típico, o la nueva normalidad mundial hoy, consiste en la simultaneidad de acontecimientos importantes locales y foráneos. Además, la coincidencia nos recuerda, por si fuera necesario, que  no es una isla, y que cada día se encuentra más inserto —y más sensible a— lo que sucede en el resto del mundo.

No se le puede pedir a una pieza oratoria para esta ocasión que incluya algo más que los lugares comunes sobre los principios de política exterior. Es lo que se acostumbra, lo que se espera, y lo que corresponde. Pero la terca realidad de la guerra en Medio Oriente debiera inspirar una en México más seria y detenida sobre nuestro lugar en el mundo, y los efectos del acontecer mundial en nuestra realidad. Dicha reflexión sólo la puede suscitar y conducir la presidencia de la república; nadie más posee el megáfono, la convocatoria y la representación para hacerlo.

Aunque las defensas íes y norteamericanas no hayan logrado neutralizar en esta ocasión todos los mísiles lanzados por  contra el Estado judío —a diferencia de abril pasado— los éxitos obtenidos por IDF en días pasados son incontrovertibles. Destruyeron las comunicaciones internas de Hezbollah, decimaron a su equipo dirigente -incluso de segundo nivel-, asesinaron a su máximo dirigente, y ahora lanzaron una ofensiva terrestre con miras a destruir la totalidad del arsenal de la organización chiita. A diferencia de la guerra de 2006, el costo para Israel ha sido mínimo, hasta ahora, y la destrucción de su adversario más contundente incluso que contra Hamas en Gaza.

 Biden no tuvieron más remedio que apoyar a Israel, a pesar de su creciente disgusto con Netanyahu, a pesar de los riesgos que entraña la ofensiva israelí en Líbano, y a pesar del peligro de una extensión del conflicto. El IDF decidió pagar por ver, apostando a que el supuesto poderío de Hezbollah era puro bluff. Aparentemente tuvo razón. Al igual que el de Nasser en 1967, y que el de Saddam Hussein en Irak en 1991 y en 2003, la fuerza militar de Nasrallah resultó ser, en los términos de Mao, un tigre de papel. Más aún, la capacidad de respuesta de Irán también da la impresión de revestir una gran debilidad: sus misiles sirven para apaciguar políticamente a su población, ya que al dispararlos transmiten una sensación de represalia, pero su eficacia militar es casi nula.

Más aún, Netanyahu puede sentirse envalentonado. Es capaz de responder al lanzamiento fútil de ojivas iraníes con ataques directos al país persa: desde instalaciones petroleras a los centros de su programa nuclear. Todo ello no sólo agravaría el conflicto en su conjunto, sino que afectaría los precios del petróleo, y las perspectivas de Kamala Harris para la elección estadounidense de noviembre. En efecto, cada día hay más observadores que piensan que Netanyahu prefiere abiertamente que Trump gane, y que mucho de lo que ha hecho va en el sentido de apoyarlo. Al poner de relieve la incapacidad de Biden de lograr un cese el fuego en Gaza y en Líbano, y al extenderse y agravarse el conflicto, Israel contribuye a la imagen de un presidente débil, impotente y rebasado. Es la tesis central de Trump contra Harris.

No sé si el discurso de Sheinbaum debió incluir aunque fuera una frase sobre el mundo incendiado de hoy. Supongo que no estaba en el guion, y que no era fácil encontrar el tono justo. Pero no le ayuda a la sociedad mexicana guardar silencio sobre acontecimientos como los que se viven en estos días. La insularidad mexicana sigue viva, y coleando.

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