Ningún de cualquier país parecido a la tendría fácil con las amenazas de  del lunes en la noche. Más allá de la posible rectificación de los errores iniciales del actual régimen, no es evidente cómo sí habría que responder. Tampoco son obvias las conclusiones que puedan desprenderse de un análisis basado en los hechos, la , la experiencia, y algo de intuición política a propósito de las intenciones de Trump. Estamos ante una tormenta de categoría 5.

Cualquier persona con experiencia en estos asuntos le hubiera dicho a la presidenta Sheinbaum que no convenía contestarle a Trump por escrito, menos aún haciendo público el contenido de su misiva, y sobre todo no reaccionar principalmente para consumo interno. Este es un problema internacional, con evidentes ramificaciones nacionales, pero no debe invertirse el orden de las prioridades. En este sentido, se ve claramente la diferencia con , cuyo gobierno ciertamente lleva diez años en funciones y ya ha tratado con tres presidentes norteamericanos, incluyendo a Trump. Estos acaban de llegar en México y se entiende la novatez.

Pero nada de esto ayuda a proponer o sugerir alternativas, sobre todo en materia de sustancia. Veo algunas rápidamente que, sin embargo, tienden a ser más bien de tipo negativas, que realmente propositivas. En primer lugar, creo que siempre es un error con los norteamericanos sermonearlos, colocarse en el plan, por ejemplo, en el que se puso José López Portillo en 1977 cuando Jimmy Carter visitó México por primera vez. Hay pocas cosas que irritan tanto a los estadounidenses como recibir lecciones de otros, y sobre todo de países que ellos consideran como menos exitosos que el suyo. A nadie le gusta que le “expliquen” cuál es su verdadero interés, aún teniendo razón. Es altamente probable que Trump y su equipo sepan que General Motors, Ford y Stellantis -ex Chrysler- llevan muchos años produciendo vehículos en México y exportándolos a Estados Unidos. No necesitan a una presidenta mexicana para que les describa eso. Siempre es preferible defender la posición propia en lugar de decirle a los demás lo que realmente les conviene.

En segundo lugar, repetir las mismas cantaletas de siempre no es necesariamente eficaz, sobre todo cuando hemos visto a lo largo de los últimos cuarenta a cincuenta años que no funcionan muy bien que digamos. Es el caso de reclamarle siempre a los pinches gringos mariguanos que ellos son los consumidores, que si no hubiera demanda de drogas en Estados Unidos no habría oferta, que los mexicanos que trabajan en Estados Unidos contribuyen con “x” porcentaje del PIB a su economía, que las armas que generan la violencia en México provienen todas de Estados Unidos, y que nosotros ponemos los muertos, y que los  le harían más daño al consumidor norteamericano que a México. Todo esto es parcialmente cierto y sumamente inútil de repetir por enésima vez.

En tercer lugar, posiblemente resulte más pertinente colocarse en el plano de Trump. Como lo recuerda Angela Merkel en sus recién publicadas memorias en Alemania, con él no se tienen conversaciones o intercambios basados en “hechos factuales”, sino en general de otro tipo, y en particular en este caso, se trata de una discusión ideológica. Trump está convencido de que han llegado millones de personas sin papeles a Estados Unidos, todas ellas procedentes de México, aunque no sean mexicanos; que el gran problema de drogas es el fentanilo, y que el fentanilo proviene de México, y que China está empezando, o ya empezó a inundar el mercado norteamericano de manera clandestina a través de esta puerta trasera que es México. Subrayar lo falso de estas creencias en público descansa obviamente en una estrategia de consumo interno, ya que es evidente que ni Trump, ni su equipo, ni los republicanos en Estados Unidos van a respaldar estas afirmaciones, insisto, aunque sean ciertas.

Me parece que lo más importante que se puede plantear en este momento es que hay que tomar a Trump en serio. Muchos lo dijimos desde el 2016 cuando ganó la elección, y lo hemos repetido ahora. No eran simplemente promesas de campaña que no se iban a cumplir nunca. Son parte, sobre todo aquellas tesis que provienen de su nacionalismo económico, que pertenecen a lo que podríamos llamar el ideario de Trump. Al igual que con muchos otros temas, va a hacer todo lo posible para cumplir con sus compromisos de campaña. Lo que México y otros países debemos hacer rápidamente es empezar a detectar, contactar y apoyarnos en los posibles aliados nuestros dentro de Estados Unidos: empresas exportadoras, desde luego; organizaciones legales que van a combatir las deportaciones; incluso con posibles víctimas hipotéticas de exportaciones chinas trianguladas vía México, para empezar a tener algún tipo de respuesta a mediano plazo.

Por último, parece pleonasmo, pero hay que saber lo que Trump quiere. ¿En qué consistirían las acciones de México en materia migratoria, de combate al crimen organizado y de relaciones con China que fueran satisfactorias para él? No para hacer lo que él pida, sino para saber lo que pide. Se vienen tiempos extraordinariamente difíciles, y se antoja hasta absurdo decir que el actual gobierno debiera echar mano de la experiencia de los últimos cinco sexenios, por lo menos desde el que negoció el TLCAN en 1992-1993 hasta la fecha, para enfrentar este reto descomunal.

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