El asesinato de Charlie Kirk, el 10 de septiembre en Utah, fue un acto deleznable, un crimen sin sentido y merece todo el castigo de la ley. No solo por haber causado la muerte de un activista que fomentaba el diálogo, independientemente de sus posiciones extremistas. No solo por haber matado al ser humano Kirk, ni por haber cercenado la vida de un potencial líder venidero de los más conservadores, sino por el daño que causa a la resistencia a Trump.

Según los investigadores y el gobernador de Utah, Spencer Cox, fue un acto individual, solitario, de una sola persona. Nadie más participó en el crimen y si bien es lógica la afirmación de que mató al activista archiconservador por oponerse a sus posturas políticas, aún no ha sido demostrada.

El presunto asesino tuvo acceso a un fusil de grueso calibre, capaz de afinar su puntería a más de 100 metros de distancia, lo cual fortalece el argumento – generalmente de demócratas o liberales – de la necesidad de limitar a un mínimo posible la difusión y disponibilidad de estas armas de fuego. Tambiéns posible que su odio contra Kirk emana de los diferendos políticos y que obtuviera allí la información de quienes critican a la presente administración. Pero asimismo lo es que obró en un momento de locura, que es cómo caracterizan los republicanos cada vez que un asesino penetra a una escuela y mata niños.

Independientemente de todas esas complicaciones, el atentado es un pretexto utilizado para cambiar la historia.

La violencia política ha sido una plaga en el seno de la sociedad estadounidense. Es hija de la intolerancia, la desinformación y el extremismo. Parece increíble que en un país democrático y avanzado como el nuestro, cuatro presidentes fueran asesinados en el ejercicio de sus funciones: Abraham Lincoln (1865), James Garfield (1881), William McKinley (1901) y John Fitzgerald Kennedy (1963). Uno más fue herido – Ronald Reagan (1981) mientras que el hoy titular Donald Trump lo fue siendo candidato presidencial en 2024.

La extrema manifestación de hostilidad entre las distintas comunidades sigue en nuestros días. De ella el asesinato de Kirk es un triste ejemplo.

Pero lo que no es el asesinato es una acción deliberada de las organizaciones y partidos opuestos a Donald Trump.

Sin embargo este es el contenido de los mensajes difundidos por doquier por la máquina propagandística de MAGA, comenzando con el primer discurso pronunciado por Trump minutos después del atentado. Dijo el mandatario que esta fue una tarea de la “extrema izquierda radical”, epíteto en el que incluye prácticamente a todos sus oponentes.

El mensaje se extendió como fuego en la caja de resonancia republicana que incluye al vicepresidente J.D. Vance, el Director de la FBI Kash Patel, su principal asesor de políticas Stephen Miller, el propagandista Steve Bannon y de ahí a muchísimos otros. La actitud del Presidente se expande a allegados y funcionarios, mediante la caja de resonancia republicana y numerosos influencers. Así llega a millones.

El mensaje es el mismo, y las diferencias se deben a la competencia por ser más contundente, más violento (Elon Musk escribió que el partido Demócrata es el partido de los asesinos), venciendo el algoritmo de los medios sociales, que premia los extremos, para llegar a más gente.

Soplando el fuego del odio demuestran que no quieren a la oposición ni vacila con ello en atropellar los derechos garantizados por la Primera Enmienda de la Constitución.

Ahora, y aprovechando la indignación por el asesinato de Kirk, se ha iniciado a alto nivel un cambio en su trato de organizaciones de la oposición. La falsa premisa de que el asesinato de Kirk fue una acción deliberada de algunas organizaciones y partidos opuestos a Donald Trump es su justificación.

En lugar de ser el consolador en jefe, como lo fue George W. Bush después de los ataques contra las Torres Gemelas, es el provocador en jefe.

El gobierno indica su propósito de reprimir organizaciones liberales o demócratas que no le guste pretendiendo que están coordinadas en una poderosa y malévola red de amplios recursos. Algo que es falso.

Trump y sus principales acólitos amenazan con desatar el poder del gobierno federal para castigar esa supuesta red de izquierda, sin presentar evidencia alguna de que exista.

Al mismo tiempo que ignora las acciones de violencia cometidas por sus seguidores – como el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021 o el asesinato de la legisladora demócrata estatal de Minnesota Melissa Hortman y su esposo el 14 de junio de este año  – Trump ya ha anunciado pública y claramente su propósito de designar una variedad de grupos, incluido a los activistas antifascistas conocidos como «antifa», como terroristas domésticos, y de enjuiciar a quienes financian las protestas en su contra.

Sin embargo, la Casa Blanca no puede legalmente reprimir grupos políticos sin violar los derechos de la Primera Enmienda de la Constitución, por más decretos de emergencia que produzca.

Un reciente documento del Departamento de Seguridad Interna reconoce que la violencia política es un problema endémico provocado por la intolerancia generalizada hacia diferencias raciales, religiosas, de género o de oposición al gobierno, incluyendo las teorías conspirativas que tanto pululan en los medios sociales e internet y otros factores. Quienes están en el gobierno deberían leerlo.

Es tarea de los gobiernos democráticos mantener la armonía y el balance entre las facciones que legítimamente se reparten el poder. A lo largo de las generaciones lo han intentado aquí mandatarios republicanos y demócratas. No así obra Donald Trump en su segundo gobierno.

Al atacar en lugar de aplacar como debería , en lugar de bajar el tono, el gobierno se apresta a reprimir, no al discurso de odio del que tristemente forma parte , sino a la disidencia política.

Es necesario detener esta tendencia y frenar el odio antes de que sea demasiado tarde. La violencia individual no puede ser utilizada como pretexto para acallar las voces de oposición pacíficas.

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