Entre 2018 y 2025, nuestro país ha experimentado uno de los procesos más acelerados de recuperación del salario mínimo en su historia reciente. En términos reales, esta base creció 141 por ciento, un  cambio estructural tras décadas de rezago. Sin embargo, mientras el salario ha  avanzado, el empleo formal se ha estancado. En 2024 se generaron apenas 214  mil nuevas plazas inscritas en el IMSS,  una reducción de 67.2 por ciento respecto a 2023, y entre enero y septiembre de  2025, el número de nuevos empleos formales (poco más de 333 mil) es 27 por  ciento menor que el observado en el mismo período del año anterior. 

La paradoja es evidente: se mejora el  salario, pero se deteriora el empleo formal. Este fenómeno plantea una pregunta esencial para la economía política: ¿cómo puede una política salarial  exitosa en términos sociales y redistributivos coexistir con una desaceleración del empleo y un aumento de la  informalidad? 

No se puede soslayar, que en términos  sociales la política salarial ha sido exitosa.  El estudio de la Comisión Nacional de los  Salarios Mínimos (CONASAMI), “Impacto  del salario mínimo en la pobreza durante  el período 2018–2024”, ofrece una evaluación empírica contundente. En esos  años, la pobreza multidimensional se redujo de 41.9 por ciento a 29.6 por ciento  de la población, es decir, 13.4 millones de  personas salieron de la pobreza. De ese  total, 6.6 millones lo hicieron exclusivamente gracias al incremento del salario  mínimo, que aumentó 116.4 por ciento  en términos reales. 

El estudio muestra que los incrementos salariales no afectaron de manera  significativa el nivel de empleo, pero sí  impulsaron el ingreso laboral real, que  creció 31.1 por ciento. Además, se confirma que la pensión para adultos mayores  y las remesas familiares contribuyeron a  reducir la pobreza y mejorar el ingreso  de los hogares. 

En otras palabras, la política de aumentos salariales ha sido socialmente  exitosa: redujo pobreza, elevó el ingreso y fortaleció el consumo de los hogares especialmente en los grupos sociales con ocupación menos favorecida. Pero el éxito distributivo no se ha traducido en dinamismo del empleo formal.

Estamos ante una paradoja estructural. Mientras los ingresos han mejorado, la base productiva del empleo formal se ha debilitado. De acuerdo con los datos más recientes del INEGI, en agosto de 2025 la población ocupada en la informalidad laboral alcanzó 32.6 millones de personas, con una tasa de informalidad laboral (TIL1) de 54.8 por ciento, superior al  54.3 por ciento del mismo mes de 2024. 

En el sector informal (según lo define el  INEGI), 17.6 millones de personas — 29.6  por ciento de la población ocupada— trabajan sin registro ni seguridad social, señalando un aumento de 1.4 puntos porcentuales respecto a un año antes. Esta  “informalidad dentro de la formalidad”  refleja un marco laboral rígido y costoso, así como una estructura fiscal que no  recompensa suficientemente el cumplimiento normativo. La tendencia es preocupante: la economía no está creando,  sino destruyendo empleos formales. 

El estancamiento del empleo formal  en México responde a un conjunto de  factores estructurales que interactúan  entre sí y que limitan la capacidad de la  economía para absorber trabajadores en  condiciones de legalidad y estabilidad.  En primer lugar, persiste un rezago en la  productividad laboral, especialmente en  las micro y pequeñas empresas, donde  los incrementos salariales han superado  significativamente la capacidad de generación de valor. 

Las nuevas cargas sociales como lo han  sido el incremento en los días de vacacio nes, el aumento de los impuestos laborales, la reducción de la jornada, la limitación de los formatos de contratación y  otras más, generan costos adicionales a  las empresas lo que limita el empleo formal y provoca la sustitución de este tipo  de empleo por esquemas informales o  temporales, la contratación por honorarios o incluso la automatización parcial  de procesos. 

El contexto macroeconómico tampoco ha sido favorable. La menor inversión  privada se combina con un crecimiento  económico muy lento lo que ha restringido la expansión de la demanda laboral. 

La política económica ha elevado el ingreso real pero no la capacidad del aparato productivo para generar empleos  formales sostenibles. El equilibrio entre  el aumento en el salario mínimo y la generación de empleo es delicado. La sostenibilidad de los incrementos al salario  mínimo requiere de una estrategia integral  que vincule justicia salarial con productividad y competitividad empresarial. 

El autor es presidente de Consultores  Internacionales, S.C.® 

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