No se puede más que estar de acuerdo con el planteamiento central que, según la prensa, López Obrador le hizo al presidente Biden en su breve intercambio en la Casa Blanca. Aumentar el número de trabajadores temporales o estacionales procedentes de y de Centroamérica, a través de un incremento en las visas H2A y H2B, y al mismo tiempo regularizar o legalizar la situación de 11 a 12 millones de indocumentados en , incluyendo entre 5 y 6 millones de mexicanos sin papeles, es una propuesta acertada. Es, por cierto, exactamente, casi palabra por palabra, la que se le hizo al presidente Bush en Guanajuato en febrero de 2001, y la que hizo el presidente Fox durante su visita de Estado a Washington el 7 y 8 de septiembre de ese mismo año. Que otros presidentes mexicanos hayan dejado de lado este asunto sólo subraya el carácter novedoso y positivo de la propuesta de López Obrador.

Ilustración: Víctor Solís
Ilustración: Víctor Solís

Esto no significa, sin embargo, al igual que con Fox hace veinte años, que lo que el mandatario mexicano sugiere vaya a suceder. Es bien sabido que no existen condiciones en Estados Unidos para una llamada amnistía de la totalidad de los indocumentados, o ni siquiera para los llamados dreamers o DACAs. También es de amplio conocimiento que las visas H2B para trabajadores no agrícolas tienen un techo fijado anualmente por el , y que sólo puede ser modificado por el mismo Congreso. Las visas H2A para trabajadores agrícolas sí pueden ser modificadas por decisión presidencial, y lo han sido ya en estos años, incluso por el presidente Biden. Sin embargo, no es el sector que más mano de obra demanda ya en Estados Unidos, de tal suerte que se entiende el comentario anónimo de ayer —pero obviamente procedente del asesor para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional, Juan González— en el sentido de que no habría un compromiso numérico por parte de Biden en su reunión con López Obrador en materia de visas. El lado mexicano debió haber sido más cuidadoso, desde la declaración aberrante del secretario de Gobernación hace un mes, de que Estados Unidos ofrecería 300 000 visas temporales durante la visita presidencial.

Si dejamos a un lado la verborrea absurda de López Obrador sobre la inflación, la gasolina u otros productos refinados, los gasoductos del lado mexicano de la frontera, etcétera, que no revisten la menor pertinencia para Estados Unidos ni en materia económica ni en materia energética, con la pura propuesta migratoria podemos afirmar que la visita tuvo sentido. Pero que tenga sentido no quiere decir que haya estado exenta de dificultades.

Sin entrar en la discusión sobre qué pudieron haberse dicho los dos presidentes durante su reunión privada —ni siquiera sabemos cuánto duró—, sabemos que la visita le dio una oportunidad a senadores demócratas, por un lado, y republicanos conservadores por el otro, para plantear sendos proyectos de punto de acuerdo en el Senado sobre las relaciones con México. Los republicanos desde luego fueron más duros, más específicos, más explícitos y más personales; los demócratas más cuidadosos y concentrando su atención en el tema de la libertad de prensa en México y los ataques de López Obrador a sus críticos en los medios en nuestro país. Al igual que en México, los puntos de acuerdo del Congreso no revisten la menor importancia y no hay por qué preocuparse en exceso por ello. Sin embargo, todo esto va generando un clima que dificulta enormemente las relaciones con un país donde el Poder Ejecutivo se encuentra inevitablemente debilitado por su exigua mayoría en ambas Cámaras y por los pésimos niveles de aprobación de Biden en las encuestas.

¿Valía la pena la visita en estas condiciones? Probablemente sí, ya que López Obrador hizo la majadería de no asistir a la Cumbre de las Américas, aduciendo su defensa de las tres dictaduras latinoamericanas, y generando fricciones innecesarias con amplios sectores en Estados Unidos. Pero debe entenderse también que todo tiene un límite. El de México anunció en un comunicado, publicado en el diario Reforma el lunes en la mañana, que el miércoles 13 habría una reunión de empresarios mexicanos y estadunidenses en presencia de los presidentes Biden y López Obrador. El gobierno de Estados Unidos anunció que el presidente partiría a Medio Oriente a las 2 p. m., hora del este, a una visita a Israel y Arabia Saudita, principalmente. Por muy poderoso que sea el primer mandatario norteamericano, difícilmente puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Si cambió sus planes de viaje, punto a favor de López Obrador; si lo dejó solo, “colgado de la brocha”, platicando con los empresarios mexicanos y uno que otro gringo despistado, punto en su contra. Era un tropiezo evitable.

Por último, conviene destacar la diferencia entre esta visita, la tercera de López Obrador a Washington, y lo que son normalmente los viajes de mandatarios mexicanos —o de cualquier otro país importante— a Washington. No se limitan a un breve encuentro en la Oficina Oval, ni a una foto con las primeras damas, y un par de ofrendas colocadas en diversos monumentos de la capital de Estados Unidos. Incluyen reuniones con el Congreso, en pleno o por grupos, con centros de pensamiento, con consejos editoriales de los medios, con académicos o intelectuales, y con funcionarios de otras dependencias más allá del Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional. Nada de esto sucedió en esta visita, como tampoco aconteció en las visitas anteriores. Podríamos apostar que López Obrador se irá de la Presidencia de México antes de realizar una visita de Estado a Washington como dios manda.

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