La discusión sobre las explicaciones posibles de la debacle opositora y de la victoria aplastante del oficialismo va a durar una eternidad. Primero, porque las razones abundan. Segundo, porque hacen falta datos, que aún no llegan, y comenzarán a aparecer en los días y semanas que vienen. Y tercero, porque hay algo en juego: no se trata de un simple ejercicio académico.
Resultaría absurdo buscar una única razón que explique todo. Por definición, nos hallamos ante un proceso sobredeterminado, como diría mi viejo maestro Althusser. Como nunca sobra espacio para escribir todo, me limito en esta entrega a una explicación del lado del oficialismo, es decir, de las políticas reales del gobierno de López Obrador. La semana siguiente hablaré de los múltiples errores de la oposición que contribuyeron a su derrota estrepitosa.
El primer punto de mi razonamiento no tiene nada de novedoso. Pienso que el factor principal que motivó a la gente a votar abrumadoramente por la continuidad de un proyecto que arrojó en general resultados desastrosos fue el dinero en el bolsillo. No sostengo que el electorado se dejó comprar, ni que operó un fenómeno clientelar a la antigüita. Como en todos los países del mundo, salvo bajo circunstancias excepcionales, la gente vota con el “portefeuille” según los franceses, o con su “wallet”, de acuerdo con los anglosajones. No es menospreciar a la gente afirmar que si bien los servicios públicos —educación, salud, seguridad, vivienda— que les ofreció el Estado bajo Morena fueron más abominables que antes, a diferencia de antes tuvieron dinero en el bolsillo. Hasta aquí nada muy nuevo.
Los programas sociales fueron sólo una parte del fenómeno en cuestión. Algunos estudiosos, como Máximo Ernesto Jaramillo-Molina, afirman que los grandes programas sólo constituyen una parte del aumento del ingreso disponible de los mexicanos de los cinco deciles más pobres. Pero una parte significativa: la encuesta de salida de Alejandro Moreno muestra que 55% de los votantes y/o sus familiares recibieron algún apoyo, y de estos, 69% votaron por Claudia Sheinbaum, casi diez puntos más que su promedio nacional. En cambio, entre los que no obtuvieron el beneficio de algún apoyo, su porcentaje cayó a 49 puntos, diez menos que el promedio. Si a ello sumamos el otro dato, según el cual 71% de lo que Moreno llama “clase baja” sufragaron por Sheinbaum, vemos la lógica de este mecanismo.
Ahora bien, los otros factores de incremento del ingreso disponibles son fundamentales. Me refiero al alza del salario mínimo, del salario promedio, y en menor medida a las remesas, que no son producto de una política pública, aunque la gente pueda pensarlo. El salario mínimo subió 116% en términos reales durante los primeros cinco años del sexenio. El salario promedio de los derechohabientes del IMSS pasó de 445 pesos diarios constantes en 2019, a 495 pesos en 2023. Ciertamente, ambos casos se refieren primordialmente a la economía formal, pero hay filtraciones (leakages) al sector informal. De nuevo, hasta aquí nada muy original. Habría que incluir como factor explicativo de estos incrementos, además del alza del salario mínimo, la reducción (no la eliminación) del outsourcing y en menor medida las disposiciones laborales del T-MEC para las luchas sindicales.
Lo menos trillado viene aquí. ¿Cómo es que López Obrador pudo darle tanto dinero a tanta gente, y presenciar aumentos como estos de los salarios, sin que se reventara el equilibrio de las cuentas fiscales, y/o se disparara la inflación? ¿Por qué no lo hicieron sus predecesores, si era tan fácil? La respuesta es sorprendentemente sencilla: él pudo, justamente gracias al hecho de que sus predecesores no lo hicieron. Me explico.
Según una gráfica de Luis F. Munguía, el alza acumulada del salario mínimo durante el sexenio de Fox fue de 3.2%; de Calderón, 0.5%; de Peña Nieto 13.8%. Si nos fuéramos a los gobiernos de Zedillo, Salinas y De la Madrid, las cifras serían iguales o peores. En otras palabras, López Obrador pudo duplicar el salario mínimo sin inflación y sin quebrar a las empresas porque ese salario era un salario de mierda, miserable. Y lo era, porque desde 1983, al salario en general, y al salario mínimo en particular, se encontraba indexada una gran cantidad de otras variables, fue el ancla antinflacionaria por excelencia. Gracias a ello, se redujo la inflación pavorosa que heredaron Echeverría y López Portillo (y De la Madrid también), pero las consecuencias para el ingreso de los mexicanos fueron terribles.
Lo mismo sucede con los programas sociales. Por ejemplo, el estipendio para los adultos mayores, por mes, y antes de los incrementos de 2024, era de 1600 pesos; al tipo de cambio promedio, como 80 dólares. En términos macro, no es mucho, porque el monto no es mucho. Se trata de un porcentaje diminuto del PIB o del presupuesto, hasta ahora, aunque lo reciban casi 11 millones de mexicanos. Ya subirá, y las finanzas públicas lo resentirán, pero hasta ahora no.
De nuevo, en otras palabras, López Obrador pudo entregar dinero a carretadas porque era poco dinero per se, pero mucho para los destinatarios. Por la misma razón: el ingreso anterior era tan bajo, que cualquier incremento resultaba fenomenal para las familias. Se trata de un proceso parecido al de Lula en Brasil entre 2003 y 2016. Bolsa Familia y los incrementos del salario mínimo aseguraron una triple reelección: de Lula en 2006, y de Dilma Rousseff en 2010 y 2014. Por la misma razón: con ingresos tan bajos (por cierto, muy superiores a los mexicanos) la diferencia percibida era enorme, pero el impacto macro era manejable.
Seguramente muchos especialistas ya detectaron lo que el instinto de López Obrador le permitió entender, a pesar de su infinita ignorancia. Yo simplemente lo sugiero. Ahora bien, muchos de mis colegas sostienen que todo esto puede ser cierto, pero que lo importante reside en la llamada “narrativa” (anglicismo chocante, para mí). Que sin el rollo obradorista de ver al pueblo, hablarle al pueblo, escuchar al pueblo y entender al pueblo, las cifras brutas no hubieran alcanzado para desembocar en el carro completo. Es una muy vieja discusión, por lo menos desde La Ideología Alemana de Marx. Yo soy un marxista vulgar, y creo en el predominio de lo económico. O, en términos más mexicanos, cartera mata rollo.