Una cámara. Un dron. Un gringo con sonrisa de algoritmo. Así entra MrBeast a , o, mejor dicho, a sus ruinas mayas. No como invasor, tampoco como invitado. Llega con el poder silencioso del arrastre digital, ese que no necesita permisos porque parece que estamos en la era en la que los likes lo absuelven todo. Donde antes hubo rituales cósmicos, ahora hay desafíos virales. Y las piedras, alguna vez sagradas, ahora atestiguan promocionales de chocolates.

El influencer más popular del planeta grabó contenido en zonas arqueológicas mexicanas con autorización del INAH, pero se extralimitó y añadió material para promover marcas comerciales (lo que está prohibido por la legislación mexicana). El Instituto inició un procedimiento jurídico administrativo contra la empresa responsable. Reaccionó como quien descubre grafitis en la sala: con sorpresa burocrática, con el enojo de quien ha perdido el control sobre su propio relato. ¿Cuál es la línea entre difusión cultural y monetización encubierta?

MrBeast (Jimmy Donaldson) ha construido un imperio multimillonario al amparo del «capitalismo de la atención» y la economía del espectáculo. Su fórmula combina entretenimiento extremo, desprendimiento y viralidad. Al generar millones de reproducciones, recibe ingresos por cada clic, también por el patrocinio de marcas. Además, regala casas, dinero, autos o cirugías. MrBeast no es solo un youtuber. Es una empresa de entretenimiento, comercio y filantropía digital que domina las reglas del juego mediático.

Hace tiempo visité la zona arqueológica de Yaxchilán. Al ingresar, la persona que cobraba me preguntó si entraría con mi tripié. Le respondí que sí. «Son 6,500 pesos», reviró. «¿Cómo?», dije extrañado. El hombre de la ventanilla señaló un pequeño letrero en la pared: «Entrada con tripié $6,500». El INAH considera que quien usa tripié es fotógrafo profesional y va a lucrar con el patrimonio nacional.

MrBeast abusó de un permiso. La legalidad fue quebrantada: se autorizó una cosa y se grabó otra. Pero más allá de la falta, lo preocupante es lo que eso revela: que hoy basta una sonrisa viral para transgredir. Preocupa que el país que desprecia las leyes, en , perdonó: «déjenlo, nos hace ver bien», «gracias a él sabrán que existimos». La gobernadora de Campeche no sólo exoneró al visitante, le agradeció la difusión y que no hubiera cobrado. Claramente lo de la ley infringida, o no lo vio, o no lo entiende o no le importa.

MrBeast no hace documentales, hace videos aderezados con morbo y fantasía. Y eso lo vuelve mediático. Porque hoy, quien logra que un niño en Oklahoma pronuncie «Chichén Itzá» sin tropezarse, gana. Aunque se haya extralimitado y aunque su contenido sea simplón, artificial y falto de rigor histórico. ¿Ayuda esto al turismo? Tal vez. Pero no al turismo con conciencia. Ayuda al turismo selfie, al del trofeo digital. ¿Promueve a México? Sí. ¿Pero qué México? El de la escenografía, el de la aventura tipo Hollywood, no el de la .

Espero que la demanda del INAH prospere. Sería un buen precedente de legalidad. Las autoridades tienen razón al reclamar. Pero también deben saber que están perdiendo el monopolio del relato. Que cada video de un influencer es una reinterpretación pública de su función. Y que, frente a esa narrativa global, su poder de veto debería modernizarse; y deberían bajarle a la paranoia con la que amedrentan a cualquiera que vean como sospechoso de «monetizar con el patrimonio».

MrBeast no vino a burlarse. Pero tampoco vino a entender. Vino a ocupar, simbólicamente, pero con un guion oculto. Violó la ley y la lógica burocrática de un sistema que aún cree que puede custodiar su identidad a punta de letreros en la pared y guardias regañando visitantes. En esta nueva economía de la atención, quien no controla el relato, no controla nada. Las ruinas siguen allí. El problema es que ya no son solo nuestras, sino del que mejor las edite, las monetice y las viralice. Es un llamado al Estado para aprender a narrar en el nuevo lenguaje; adoptar una nueva forma de custodiar el patrimonio.

En otro tiempo los saqueos se hacían con picos y palas, hoy se hacen con drones y chocolate de marca personal. Los templos que resistieron siglos se doblegan ante un canal de YouTube.

@eduardo_caccia

Dejar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí