Joe Ramírez. Lo recuerdo muy bien. Así decía su placa. Grande, moreno, de buen bigote, portaba con orgullo el uniforme de la autoridad migratoria de Estados Unidos. Estábamos tratando de pasar la frontera por Laredo, Texas. Delante de nosotros se encontraba una frágil mexicana de la tercera edad queriendo entrar a Estados Unidos con sus documentos apilados en un viejo fólder color gris. Joe le exigía, en realidad le gritaba, que enseñara su pasaporte y visa. La mujer, intimidada, trataba de cumplir temblando de miedo. El agente fronterizo, cual burócrata empoderado, se desesperaba y vociferaba. No tenía paciencia y, al final, rechazó el pedido de la señora de entrar a la “Tierra de los Libres”. La regañó en spanglish. Le dijo hasta de lo que se iba a morir. La mandó al diablo asegurándole que nunca entraría a Estados Unidos.

Con su pecho burocrático hinchado, exclamó “next”. El siguiente era yo. Con ganas de mandarlo a la chingada, le presenté mi pasaporte y visa. Atusó su bigote, revisó los documentos, me tomó una fotografía, revisó mis huellas dactilares y, con desdén, me permitió entrar a Estados Unidos. Mientras tanto, a mi lado, la mujer de la tercera edad a la que había rechazado lloraba de manera desconsolada. “Hijo de su puta madre”, pensé.

Apuesto, doble contra sencillo, que los antecesores de Joe Ramírez cruzaron la frontera de hacia Estados Unidos sin documentos. Que él nació allá y ahora tenía la labor de detener a aquellos que pretendían hacer lo mismo que sus abuelos o padres. Es la miseria humana: “Yo ya pasé, ahora cierren las puertas”. Malditos indocumentados que quieren venir a ganarse la vida a costa de los que ya somos ciudadanos de este país.

No son pocos. El 28% del electorado hispano de Estados Unidos votó por Trumpen las pasadas elecciones presidenciales de 2016. Una barbaridad. Varias, estoy seguro, en la lógica de la miseria humana. “Yo ya llegué, que el próximo Presidente cierre las puertas porque no queremos competencia”.

El asunto viene a colación por la caravana migratoria que está cruzando México rumbo a Estados Unidos. El presidente Trump está utilizando este tema con el objetivo electoral de fortalecer a los republicanos en las próximas elecciones legislativas. Incluso ha dicho, sin ninguna evidencia, que hay miembros de grupos terroristas del Oriente Medio viajando en la caravana migrante centroamericana. Pamplinas. Pura manipulación política. Lo que está explotando Trump es el miedo de los residentes a que llegue gente de otros países en una nación donde todos, a excepción de los indígenas norteamericanos, son descendientes de . Los ingleses protestantes llegaron y se dedicaron a matar a la población local. Luego arribaron los irlandeses católicos quienes, en su momento, se consideraron como una amenaza a la primera ola migrante. Los africanos, que llegaron de manera involuntaria como esclavos, siempre fueron considerados como infrahumanos que no merecían los mismos derechos. Vinieron los italianos y judíos, a los que se consideraron, también, como un riesgo para las buenas “costumbres” del país en ciernes. Luego llegaron los Joe Ramírez: latinos, católicos y morenos, que no estaban a la misma altura de los europeos que dominaban ese país.

Hoy, varios José Ramírez están cruzando el territorio mexicano rumbo a Estados Unidos. No tienen los documentos para entrar a ese país. Sin embargo, cuentan con la ilusión, muy americana, de tener un mejor futuro. Esperan que no los detengan. Pero el presidente Trump, de buen pedigrí anglosajón, nada menos que inmigrante alemán, los odia. Le disgusta que morenos católicos lleguen a territorio que debería ser exclusivo de blancos protestantes. Como en sus campos de golf, Trump se reserva el derecho de admisión a la gente de “buena raza”. Y para asegurarse de que así sea, pone a los Joe Ramírez de ese país a cuidar su territorio. Que uno de ellos sea el que aplique el garrote para la tranquilidad de los blanquitos protestantes. Es la miseria humana. Los Joe que no tienen memoria histórica. Los Ramírez que votan por Trump. Los que, con sus toletes, niegan sus raíces.

                Twitter: @leozuckermann

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