El propio presidente de la República señaló después del informe los dos grandes de su administración: disminuir la inseguridad y hacer crecer la . Aunque sus otros datos sigan contradiciendo la realidad (crecimiento cero en el sexenio y un incremento sustancial de la inseguridad), no ha logrado despertar el interés de los por invertir, generar y vender, debido a los constantes cambios de señal que se envían cada mañanera y parecen un concierto desafinado de los empresarios, creencias ideológicas en el papel protagónico de la economía, la lucha desmedida por el equilibrado —llamado por muchos austericidio—, la desaparición de organismos autónomos, aunado a la percepción de que los subsidios no están llegando en tiempo y forma, todo lo cual no explica todavía la elevada popularidad del presidente.

Algunos economistas han mencionado que lo que salvará a será la exportación, que constituye cerca de 35% de la economía. Al margen de los y medidas proteccionistas del presidente Trump y el inestable orden internacional, en toda pelea las dos partes pierden, cosa que debe entender sin hipocresía el ala derecha del Partido Republicano o “los conservadores”, que son los principales proveedores de la industria armamentística a nivel mundial. Lo cierto es que las exportaciones, como dijo un economista en estos días, van a lograr ser la locomotora que jale al resto de las y los sectores, aunque la manufactura americana haya crecido cerca de 1% en los últimos meses.

Peter Drucker —gurú de la administración— dice que la exportación por sí sola no tiene la fuerza de empujar al resto de la economía, a menos que abunden las empresas mexicanas que exporten y que la propia inversión mexicana en el extranjero sea sustancial —por lo menos adecuada a su tamaño, además de señalar que depender en más de 25% de un sólo país como destino de las exportaciones es un riesgo demasiado grave—, lo que estamos padeciendo en la actualidad, cuando sus premoniciones fueron hechas ¡en 1990! Drucker sugería en esos años que quizá era mejor que los países latinoamericanos tomaran como modelo naciones como Italia, con un fuerte mercado interno y un alto nivel de empresas pequeñas y medianas participando en las exportaciones, en lugar de pretender asemejarse a Japón, Alemania o ahora China. México, más que exportador, es receptáculo de productos casi terminados de países extranjeros, donde maquiladoras o empresas ensambladoras hacen la parte final del proceso productivo: ensamblar. Cerca de 2,000 empresas concentran 80% de las exportaciones —casi todas extranjeras—, y el contenido nacional de los productos terminados tiene un nivel muy bajo de proveeduría nacional.

Además, hay que apostar por los servicios y la sociedad del conocimiento y no por industrias que ya no generan o al contrario “destruyen empleo”, como la petrolera o la automotriz. El reto de la economía mexicana está en incrementar la productividad de los trabajadores del sector servicios —lo cual exige una fuerte inversión en capacitación— y López Obrador no ha dado el menor interés en mejorar la productividad del capital humano de las empresas mexicanas. El programa Construyendo el Futuro era una buena intuición, pero, como casi todo lo que hace la , con una pésima instrumentación (no se determinaron sectores, competencias, compromisos) que terminó en subsidios dispersos como la semilla en los campos.

¿Qué puede hacer el país? Dentro del escaso y costoso crédito que ofrece en los canales formales y las cerca de 5 millones de unidades económicas productivas, la creación de empleos es mucho más barata y se puede diseñar productos afines a la capacidad económica de la población, con medios de producción baratos, y acelerar la simplificación administrativa y burocrática para las empresas. Y aprovechar los canales informales del crédito con énfasis en el mercado interno puede ser la única salvación para nuestra cada vez más detenida economía. Los elefantes blancos sólo nos endeudarán más —Zaid dixit y provit— y no serán más que un espejismo cuando las condiciones no dan ya para eso.

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