Desconozco si existe algo como la Teoría de las Prioridades, un marco conceptual lógico en la toma de decisiones, que ayude a definir a qué debemos ponerle atención y en qué orden realizar ciertas acciones, para lograr un resultado. Cuando uno estudia matemáticas le enseñan que el orden de los factores no altera el producto (propiedad conmutativa). La química se ríe de ese postulado. En las recetas de cocina, el sabor y la consistencia son celosos de la secuencia, si uno la cambia, afecta el resultado final.

La vida se parece a las fórmulas y las recetas, alterar una serie de acciones modifica el destino. Para lograr ciertos fines no sólo importa lo que hacemos, también el orden del proceso. Esto, que suena lógico, es casi tan obvio como la frase de Goethe: «Las cosas que importan más, no deben supeditarse a las cosas que importan menos». A pesar de lo irrefutable de esta expresión, en ocasiones definimos bien el objetivo, pero erramos la secuencia. No es lo mismo decir que algo es «lo más importante» a decir que es «lo primero» que debe hacerse.

En los deportes donde se enfrentan dos equipos, es verdad de Perogrullo que «la mejor defensa es el ataque», aun así, no todos lo practican. Muchos equipos pierden por ser incapaces de atacar, más que por ser incapaces de defenderse. Daré más ejemplos. Cuando mis hijos cursaban primaria y secundaria, el colegio convocó a una «Escuela para padres». La primera reacción es «yo ya pasé por las aulas, quienes necesitan clases son los hijos». La lógica de la institución detrás de este inusual llamado es que, si lo más importante son los alumnos, primero deben ser educados los padres, luego los maestros y finalmente los educandos. Tener mejores padres y maestros facilita tener mejores alumnos. Invertir la secuencia tiene sentido.

En las empresas, los accionistas buscan recuperar y acrecentar su capital. Parece entonces disruptivo y un contrasentido pensar que primero deben ser los clientes, luego los colaboradores y finalmente los accionistas. Enfocar la cadena de prioridades y acciones de esta forma hace que toda la organización trabaje para la persona más importante: el cliente, circunstancia que presupone que, a mejores servicios y productos, mejores ventas (no es así de simple, pero ayuda mucho) y si hay un buen manejo operativo y financiero, seguramente habrá mejores utilidades.

No se trata de debatir la importancia de algo, sino la secuencia para lograrlo. Algo así como tener el mejor algoritmo posible para obtener un resultado. Estoy convencido de la máxima «Por el bien de , primero los pobres». Ahora, aplicando el enfoque algorítmico vale cuestionarnos: si lo más importante es sacar gente de la pobreza y generar bienestar, ¿qué debería ser primero?, ¿cuál es la mejor secuencia? En mi opinión, hay que replantear el postulado: «Por el bien de México, lo más importante los pobres», por ende, ¡primero las empresas y el desarrollo de nuevos empresarios! Empresas genuinamente responsables, que otorguen buenos salarios, que generen empleos, que paguen todos sus , que derramen bienestar social, etcétera.

En México hay varias empresas así, a pesar de que el ambiente que ha propiciado el actual federal no es pro-empresarial, no genera confianza ni certidumbre para la inversión y en casos puntuales hasta actúa en contra de ésta.

No hablo de una apología de la empresa como receta mágica para los problemas nacionales, me refiero a cultivar una clase media próspera (destino de quienes abandonen la pobreza), socialmente sensible, que sea motor -junto con el gobierno- para sacar del subdesarrollo a millones de personas. Pensar en los pobres destruyendo a las clases medias es suicida, equivale a defender sin atacar, es tratar de generar buenos alumnos con malos padres y maestros, es querer utilidades maltratando a los clientes.

Lo complicado llega cuando en un sistema político como el nuestro, brutalmente presidencialista, es necesario que una persona entienda que, si quiere lograr una transformación y trascender en la , debe invertir la secuencia, debe darle importancia a temas que hoy desprecia.

Necesitamos un algoritmo en la Presidencia, para que quede claro: la carreta no jala al buey.

@eduardo_caccia

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