Una forma de entender el desempeño de los países en asuntos tan importantes como el combate a la pandemia o a la corrupción es escuchar y analizar el discurso de las voces influyentes dentro de su cultura, personajes que, por su posición o por su relevancia simbólica, tienen influencia en el comportamiento de los habitantes. Estas voces moldean conductas, son modelos a seguir. Cuando se equivocan, producen un gran daño en la sociedad.

Antonio González Sánchez es más que un sacerdote católico, es obispo de la diócesis de Ciudad Victoria, es decir, un puesto relevante dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica. Hace unos días, bajo los hábitos de su investidura y en plena homilía, declaró que «El famoso cubrebocas es no confiar en Dios…»; momentos después quizá recordó su mortal condición y remató: «Me parece, obviamente puedo estar equivocado, me parece que nos está faltando fe, una fe que nos impulse a pedirle a Dios que esto se acabe». Sin menosprecio de lo que es la fe para millones de creyentes, una declaración de esta naturaleza, en el contexto de nuestro país, es como para decirle (por lo menos) «no me ayudes, compadre»; es una declaración que, para el código cultural dominante de la población en , proclive a tomar decisiones en función de su ideología religiosa, no ayuda a detener los contagios.

En la biografía del doctor dice que «es un médico epidemiólogo, investigador, profesor…», que cursó estudios formales en prestigiadas como la UNAM y cuenta con un flamante posdoctorado en epidemiología por la Bloomberg School of Public Health de la Universidad Johns Hopkins. En marzo pasado una reportera le cuestionó sobre si el presidente de la República pudiera ser portador del virus SARS-CoV-2 y contagiar a otras personas, el subsecretario de Salud respondió: «La fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio, en términos de una persona, un individuo que pudiera contagiar a otros». Este funcionario tiene un rol preponderante en la salud de los mexicanos, aun así se negó inicialmente a usar cubrebocas y en múltiples ocasiones fue exhibido sin usarlo en lugares públicos. Recientemente dijo: «…el riesgo no es para mí, ni para el Presidente ni para el gobierno, el riesgo de que repunte la epidemia es para todas y todos ustedes». Pues algo salió mal dentro de los cálculos del epidemiólogo, el Presidente se contagió y él también. Por cierto, deseo que se esté recuperando satisfactoriamente.

Quien no parece recuperarse bien es el propio país. Con cifras de contagios y muertos que han excedido los peores pronósticos, buena parte de la sociedad mexicana escucha voces como las de Juan Sandoval, cardenal emérito de Guadalajara: «Todos los días (dicen) ponte el cubrebocas, no salgas de tu casa, guarda la distancia, están friegue y friegue todo el tiempo y la gente cree; yo tengo ocho o nueve meses sin usar cubrebocas y saludo a medio mundo», «Si te llegas a enfermar de Covid, con un tecito de guayaba o con dióxido de cloro te lo curas muy bien…». Hace poco estuvo hospitalizado, en terapia intensiva, le colocaron un terrenal marcapasos y, según entiendo, su salud evoluciona favorablemente. Ignoro si él mismo guió a los médicos con algunos consejos.

Desde candidato opositor y ahora como Presidente opositor (parece que se opone al progreso de México), Andrés Manuel López Obrador se propuso erradicar la corrupción de México. Hace unos días declaró: «…la mayor riqueza de México está en la honestidad de su pueblo. Si no hay corrupción, salimos…». En su imaginario, el Presidente considera que la corrupción es nada más un acto del gobernante. Independientemente de que no ha podido erradicarla (ni podrá), quizá deba saber que México ocupa lugares nada honrosos en diversos índices mundiales que miden la honestidad de los ciudadanos. Su sobrevaloración moral del pueblo es entendible, es una postura populista, muy alejada de la realidad. Además, su «detente» no le funcionó para evitar el contagio.

Cuando uno escucha estas declaraciones o la de Nicolás Maduro, en la que da a conocer al mundo las «goticas milagrosas» para curar el , entiende que lo triste, lo dramático, es que hay quienes les creen.

@eduardo_caccia

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