No existen protocolos establecidos para las reuniones o conferencias en zoom, ni para las cumbres virtuales de jefes de Estado. Hace trece meses, prácticamente no existían. Huelga decir que se daban reuniones entre dos o más mandatarios en videoconferencia, pero las cumbres eran otra cosa. Se trataba de encuentros donde los que gobiernan sus países pudieran conocerse, escucharse, intercambiar pronunciamientos formales, y sostener diálogos informales.

Ilustración: Ricardo Figueroa

Por lo tanto, en sí mismo, no es grave la manera en que López Obrador participó en la Cumbre Climática convocada por hoy y mañana. Si el presidente mexicano decidió que no le interesaba escuchar las intervenciones de sus colegas —con la excepción de Biden y de Kamala Harris— no hay regla escrita o no escrita que haya violado. Claro: no fue muy cortés o deferente con los otros veinte jefes de Estado o de —además de los participantes no gubernamentales— que intervinieron en el debate. Pero tal vez el mexicano no entendió que debía escuchar a los demás si esperaba que ellos lo escucharan a él. No se trataba de “turnos”, sino de una mesa redonda. Es igual a que si la cumbre hubiera sido presencial, López Obrador sólo estuviera presente en la sala durante la inauguración y para su propia participación. Ni Fidel.

Es cierto que en otros debates que podrían asimilarse a éste —con dificultades— los primeros mandatarios no se escuchan unos a otros presencialmente. Es el caso, en particular, del debate general de la Asamblea General de la a finales de septiembre de cada año en Nueva York. Es bien sabido que salvo por los primeros diez o quince oradores, no hay ni jefes de Estado, ni siquiera cancilleres, en la gran sala de la Asamblea. A muchos nos ha tocado.

Tampoco es grave que López Obrador haya pronunciado un discurso completamente à côté de la plaque, es decir, fuera de contexto, impertinente, en una palabra, un oso. Nadie espera ya mucho de él; todos sus colegas ya saben que el presidente mexicano está concentrado en sus asuntos internos, que no le interesa lo internacional, y que es el presidente de más provinciano de todos (y el rasero no es muy elevado que digamos). No importa mucho.

Pero hay una tradición en estos asuntos. México y con frecuencia participan juntos en varias cumbres. Entre otras, figuran la de APEC, la de las Américas, las trilaterales con Canadá (hasta López Obrador) y varias más. No recuerdo alguna en la que el presidente de Estados Unidos, sobre todo si era el anfitrión, haya abandonado la sala cuando hablaba el mexicano. Me puede fallar la memoria, pero durante los más de cuarenta años que sigo estos temas —gracias a mi padre, mi hermano y mi propia persona—, lo dudo.

Por eso resulta grave —ahora sí— que Biden no haya estado presente durante la intervención de López Obrador. Todos los sabios que vaticinaron que no habría consecuencias de los varios desaires de a Biden porque se trataba de un profesional rodeado de profesionales deberían reconocer que alguien así no se ausenta de la “sala virtual” sin saber a quién no escuchará. Biden se fue con pleno conocimiento de causa.

De acuerdo con el relato de Reforma online (nadie lo ha desmentido): “Sin embargo, para cuando López Obrador se conectó a la transmisión […] Biden ya no estaba presente en la reunión. ‘Perdón me tengo que retirar, vuelvo en un momento’, dijo. El demócrata dejó su lugar después de escuchar al presidente de la ONU (sic) y a los jefes de Estado (sic) de: China, India, Reino Unido, Japón, Canadá, Bangladesh, Alemania, Francia, Rusia, Corea del Sur, Indonesia, Sudáfrica, Italia e Islas Marshal. [Biden] salió justo antes de escuchar a Alberto Fernández de Argentina, el primer mandatario latinoamericano que hablaría en la cumbre”.

Hay niveles entre los países. Para Estados Unidos por lo menos, México pertenecía al nivel del grupo descrito. Ahora está en compañía de Argentina y las demás “hermanas repúblicas”. Como ha dicho siempre Barack Obama, las elecciones tienen consecuencias; las decisiones de , también.

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