A Fernando Godínez, navegante de brumas y lejanías.
En un momento memorable de la estupenda película Cónclave, el cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) se levanta entre las sombras del Vaticano para dirigir una homilía a sus colegas: «Después de todos estos años de servicio, he aprendido a temer un pecado más que cualquier otro: la certeza. La certeza es el mayor enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo mortal de la tolerancia…». Me parece una reflexión más que certera, la encuentro sublime. Subraya la importancia de la duda (y la humildad en la fe). Lawrence no sólo habla de religión, habla del mundo, de la vida, de nosotros.
Los seres humanos tendemos a buscar certezas y, peor aún, creer que las tenemos. Dudar es más útil (y sano) que tener certezas porque nos mantiene en condición de apertura intelectual, evita el dogmatismo y nos permite una visión más amplia para acercarnos a la verdad (si es que existe). La duda es la sal del pensamiento crítico, impulsa el progreso de la ciencia, la filosofía y la vida cotidiana. Vivir en la certeza es reducir el mundo, para hacerlo «mi mundo»; es una visión obtusa en la que nos encerramos dentro de las paredes de nuestra propia creencia y, peor aún, cancelamos al otro, al que no piensa y siente como yo, al que está equivocado. La certeza es un cuarto donde no tienen cabida los otros. Entre más certeza se tenga, menos caben los demás, a quienes se les ve como amenaza y, si no podemos «convertirlos», hay que alejarlos de nuestra vida. Una postura absurda, radical.
Escucho con frecuencia opiniones de amigos que pisan el Aeropuerto Felipe Ángeles por primera vez, y se quedan gratamente sorprendidos, por la tecnología, las instalaciones, la funcionalidad. Encuentran algo que no esperaban. De pronto su certeza se derrumba, deja de ser el «Chaifa» para convertirse en el aeropuerto premiado en París hace unos meses (por cierto, mis felicitaciones al artífice intelectual, el arquitecto Francisco González Pulido). Todos hemos sido arrastrados por algún tipo de certeza. René Descartes estableció la duda metódica como el punto de partida del conocimiento. Propuso dudar de todo aquello que no pueda sostenerse por sí mismo. Su idea no es caer en el escepticismo absoluto, sino encontrar certezas que sean indudables. Su enfoque muestra que la duda es un filtro que nos protege de asumir verdades sin fundamento.
Karl Popper, en su teoría de la falsabilidad, argumenta que el conocimiento avanza no porque tengamos certezas, sino porque formulamos hipótesis que pueden ser refutadas. La ciencia no progresa con afirmaciones absolutas, sino con la posibilidad de ser corregida. Si una teoría no puede ser falsada, no es científica, sino dogmática. La duda es esencial para el progreso del conocimiento. Lo supo Sócrates. Usaba el «no saber» como herramienta para desmantelar certezas y hacer que sus interlocutores profundizaran y repensaran los temas.
No hay un mundo de certezas, hay un mundo de incertidumbres, donde es mejor aprender a navegar asumiendo dudas, sin angustiarnos, que pretender la felicidad por ser dueños de la verdad. La duda nos hace mejores, la certeza nos hace soberbios, intolerantes, extremos. En un mundo complejo y cambiante, donde las verdades absolutas se derrumban frente a nuevos contextos y perspectivas, aferrarse a certezas es como intentar atrapar el viento con las manos: inútil y desesperante. La incertidumbre, en cambio, nos vuelve humildes, curiosos, abiertos. Nos obliga a escuchar, a adaptarnos, a cuestionar nuestras propias ideas.
Una caricatura lo resume con acidez: dos ventanillas. Una, con una larga fila de personas, ofrece «Aspirina». La otra, vacía, dice «ácido acetilsalicílico». Somos víctimas de lo que creemos saber y de lo que no sabemos. A la certeza no le cabe más conocimiento, es como una plasta de color firme, sólido. Las revelaciones del saber llegan entre los claroscuros de la duda, son sfumato, ese difuminado renacentista que huye del color definitivo. En El oficio de la duda, Esther Charabati escribe: «Hay que estar dispuestos a sentir la angustia de preguntar». Quien acepta que puede estar equivocado abre ventanas para que entre el aire; quien vive en la certeza, cierra la puerta.
La certeza achica el mundo a la medida de nuestras ideas; la duda lo expande al tamaño de lo que aún no comprendemos.
@eduardo_caccia