La vida y pasión de María Corina Machado nos devuelve la fe en una virtud antigua y olvidada de la humanidad: la del heroísmo. Por si fuera poco, su triunfo moral no es solo de Venezuela. El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz nos acerca a la posibilidad de una América Latina plenamente democrática y libre.
Es el caso de los venezolanos. En 1998 entregaron todo el poder a un falso salvador que usó la democracia para acabar con ella. Su sucesor ha llevado al país a la peor implosión de la historia latinoamericana. Pero como el populismo no mata a los pueblos, sino que lentamente los asfixia, el efecto fue sintiéndose paulatinamente hasta convertirse en la toma nacional de conciencia que ha ocurrido en estos años.
Para que nuestra América construya esa nueva realidad democrática, Venezuela debe retornar a la democracia con la investidura de Edmundo González, su presidente legítimo, y el triunfo histórico de María Corina Machado, líder de esta gesta liberadora. El mecanismo parece estar en marcha. La autocracia criminal que oprime al país podría verse obligada a abandonar el poder debido a la presión interna y externa. Cuando suceda, el impacto asombrará al mundo. Venezuela, un país rico en petróleo, es aún más rica en la valentía y la resistencia de su gente, decidida ya a librarse de los capos. Millones de expatriados regresarán a su país para reconstruirlo. Las familias se reunificarán. Los venezolanos valoran como nunca antes el significado de la libertad.
En este siglo, Ecuador, Bolivia, Perú, Colombia y México contrajeron el virus populista, que es una mezcla maligna de los dos primeros factores. Pero ahora, las redes sociales han evidenciado la realidad de Venezuela (no se diga la de Cuba y Nicaragua) y el mal ha comenzado a revertirse en Ecuador, Perú y Bolivia. Este repliegue -importa señalar- no implica un desprestigio de la izquierda democrática que gobierna legítimamente (y quizá seguirá gobernando) en Brasil y Chile, dos países cuyos regímenes no tienen un carácter populista porque sigue rigiendo en ellos el Estado de derecho y hay libertades políticas. Y con todas sus estridencias, lo mismo cabe decir, en el extremo ideológico opuesto, de Argentina.
¿Ha cambiado el factor externo? A Trump no le preocupa la democracia en nuestros países. De hecho, la está desmantelando en el propio y no oculta sus simpatías por los autócratas del planeta. Por otro lado, la simbiosis del régimen de Maduro con el narco, sumada a su historial asesino, está llevando a Estados Unidos a incidir en la liberación del pueblo venezolano, cuya voluntad soberana se expresó en las urnas, inequívocamente, en contra de Maduro. Es deseable que esta presión derive en una transición pacífica que desemboque en la tan anhelada etapa de reconstrucción.
La libertad debe volver a Venezuela. Su ejemplo alentará el eventual cambio en Nicaragua y Cuba, e impedirá que los regímenes de izquierda y derecha que han exhibido proclividades autoritarias sigan pisoteando el Estado de derecho, la división de poderes, las libertades y la transparencia electoral.
No es una utopía. Es la modesta visión de una sociedad trabajadora, pacífica y decente. La misma que soñaron los fundadores de nuestras repúblicas. La misma que representa la heroica María Corina.
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