El presidente de quiere una universidad dogmática y militante, no una universidad plural, abierta y libre. Su proyecto tiene un precedente aleccionador. En 1933, Vicente Lombardo Toledano -que de haber sido un profesor católico de Ética acababa de convertirse al marxismo- predicaba la necesidad de imponer la socialista a la universidad con argumentos «dialécticos» que consideraba irrefutables:

O se es burgués o se es socialista, desde el punto de vista ideológico: para mí no hay más que esa alternativa posible, pues aun la posición intermedia es preferentemente burguesa o preferentemente socialista. Y digo que no hay más que esa alternativa, porque ante la crisis de la sociedad contemporánea no hay más que dos caminos, o el mantenimiento del régimen burgués o la sustitución de este régimen por el sistema socialista.

Ahora bien: ¿Es posible, pensando seriamente, creer en la supervivencia del régimen capitalista? Estimo que no, por razones históricas, científicas y morales. En suma: la dialéctica nos lleva de un modo directo e inequívoco a la conclusión, a) de que la Universidad debe adoptar una actitud política y b) de que la Universidad debe sustentar la doctrina socialista.

Según Lombardo, la transformación del régimen social quedaba asegurada si las nuevas generaciones se formaban en el conocimiento de los vicios del régimen capitalista.

Ante la resistencia de los universitarios a adoptar esa vía, en octubre de 1933 el pasó de las palabras a los hechos. Promulgó la ley que hacía efectiva la autonomía universitaria formalmente decretada en 1929, pero convirtiéndola en una sentencia de muerte: mediante una sola exhibición de 10 millones de pesos cortaba (liquidaba) toda clase de futura ayuda a la institución. Después de varias reuniones que se efectuaron simultáneamente a la promulgación de la ley, se llegó a la decisión de postular a Manuel Gómez Morin para la rectoría. Su período duró un año. Su hazaña fue salvar a la universidad.

Bajo el lema de «austeridad y trabajo», don Manuel reorganizó las con todos los métodos imaginables, desde el recorte de gastos superfluos y la restricción de sueldos (empezando por el suyo propio), hasta el de recurrir a la caridad de empresas públicas y privadas, bancos, exalumnos, etc… El público en general podía ayudar a la institución comprando los llamados «bonos universitarios» y algunas empresas colaboraban con donativos en especie como útiles, papel, libros. Mediante esta estrategia múltiple, se recabaron 400 mil pesos que aliviaron enormemente el déficit.

Gómez Morin no hizo solo una labor de bombero en lo administrativo y financiero. Modificó el organigrama, racionalizó los planes de estudio, fundió materias, evitó duplicaciones, creó institutos de investigación (el de Ciencias, por ejemplo)… y perdió diecinueve kilos (eso me contaba). Así logró la cohesión de una mayoría de universitarios y el respeto de la opinión pública, al grado de que, a mediados de 1934, el Estado mismo reconoció su esfuerzo y realizó una segunda exhibición de dinero para atenuar el déficit.

Mientras Gómez Morin consolidaba la autonomía de la institución creada por Justo Sierra y el Ateneo de la Juventud, el gran filósofo Antonio Caso, que había sido maestro de Gómez Morin y Lombardo en la Escuela Nacional Preparatoria, entabló una serie de memorables debates con Lombardo para defender la libertad académica. Sus razones no tenían que ver con la dialéctica sino con la razón:

El Estado no tiene más que dos caminos ante el problema de la educación: o acepta la libertad plena, como yo lo deseo, o impone su opinión a la universidad… ¡Lejos de mí, siempre, el absurdo de creer que mi verdad es la verdad! Yo no soy el espíritu humano. No me identifico con las fuentes del saber y de la justicia. El señor Lombardo sí. Yo soy un hombre que piensa. El señor Lombardo es un pontífice que dogmatiza. Yo investigo, él formula en tono sibilino el oriente de la universidad…

Gracias al temple de esos mexicanos eminentes, la universidad pudo permanecer ajena al dogma socialista consagrado en el nuevo artículo tercero. Cuando en los años cuarenta el dogma se abandonó, la universidad seguía ahí: libre, autónoma, abierta y crítica. Lista para educar a generaciones, lista para promover las ciencias y humanidades en un marco de pluralidad, lista para librar las grandes batallas de las décadas siguientes. Así ha llegado a nuestros días. Así seguirá. El poder pasa, el saber permanece.

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