La semana pasada el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática publicó los resultados del segundo trimestre del año en curso. Las cifras son contundentes, pero realmente no sorprenden a nadie. Por más que haya quienes quieran darles otra interpretación a los números -viendo una realidad alternativa o dándoles un significado que no tienen- eran datos esperables, por malos que sean, y que tan sólo confirman lo que ya sabíamos: el Producto Interno Bruto nacional bajó aproximadamente 18%.

Son cifras brutales, pero esperadas. Aunque haya una “corriente de pensamiento” (por falta de mejores términos descriptivos) que considere este indicador globalmente aceptado no es apropiado, y/o que quieran “inventar” nuevos indicadores (que miden algo totalmente etéreo, intangible e insustancial para la ), esta cifra revela realmente lo grave que es la situación económica nacional. Y difícil es pensar que es únicamente producto de la del COVID-19, pues si bien hubo un impacto a nivel global por este fenómeno ya se encontraba en una clara tendencia a la baja desde antes que empezara la cuarentena.

Actualmente llevamos cinco trimestres a la baja, con una clara tendencia a incrementar el crecimiento negativo. Difícil es argumentar que es producto de administraciones anteriores, y prácticamente imposible culpar a la pandemia por este decrecimiento. Los datos cuantitativos no mienten: esta tendencia a la baja se debe a un deplorable ejercicio de la función pública, las finanzas nacionales y la gobernación. Estos temas, aunque pudieran ser objeto de controversia, corresponden a otros espacios para su apropiada discusión. Sirva entonces señalar únicamente lo obvio, a saber, que la economía nacional va en caída.

Como hemos señalado en este espacio desde hace meses ya, todas las actividades económicas contemporáneas se encuentran íntimamente interconectadas, y por lo tanto son interdependientes. Eso implica que, si la actividad económica nacional expresada en tiene una tendencia a la baja, los sectores productivos seguirán lamentablemente ese camino. La industria aeronáutica nacional no es la excepción. Como señalamos apenas la semana pasada, pronto veremos nuevas aproximaciones y estrategias de la aviación nacional en su lucha por recuperarse y emprender vuelo. Pero éstas, actividades deberán seguir obligadamente tendencias estratégicas comerciales ya muy probadas.

Esencialmente la aviación nacional se enfrenta al paradigma de la Gestión Estratégica de , la cual puede traducirse en uno de tan sólo tres caminos: a) minimizar los impactos generados por factores internos/externos en el proceso productivo y de servicios, b) asumir los costos de dichos impactos para rápidamente dejar los mismos atrás, o c) transferirle los costos a un tercero. Este último es probablemente el más complejo, pues implica “diluir” los egresos derivados del riesgo en otros actores vinculados.

Hasta el momento la mayor parte de las aerolíneas y empresas vinculadas a nuestro sector se han concentrado en la opción “b” (asumir los costos) y eso ha costado la quiebra de varios importantes representantes del ramo y empresas emblemáticas. Esta estrategia es viable siempre y cuando a) la crisis sea de corto alcance, b) se cuente con los recursos para afrontar un periodo de austeridad derivado del mismo y c) haya los estímulos necesarios de las autoridades para aguantar. En el caso mexicano, contrario a otros países, ninguno de los tres requisitos se cumplió. Esto llevó a que lo que pudiera haber sido una razonablemente buena estrategia fuera una sentencia de muerte.

En consecuencia, actualmente los actores del sector aeronáutico nacional están apostando a la opción “a” (minimizar impactos), y esto lo están haciendo -como comentamos la semana pasada- ofreciendo nuevos servicios, nuevas alternativas, medias adicionales de sin costo, y una imagen de mayor certidumbre y confianza para el consumidor final. Esta estrategia aparentemente está teniendo resultados, y pareciera ser prometedora: en las últimas dos semanas se ha visto un incremento relativo considerable de las operaciones aéreas nacionales, y los consumidores poco a poco van regresando su confianza a ciertas aerolíneas nacionales que perciben como “seguras”.

En este juego de percepciones, de innovación y de reactivación entre los proveedores de servicios y los consumidores tal pareciera que se vislumbra un camino claro a la recuperación aeronáutica nacional. Pero aún es demasiado prematuro para cantar victoria, para declarar que la estrategia es válida o bien que es eficiente. Los datos de la economía nacional ya discutidos señalan que muchas actividades productivas mexicanas se encuentran en un momento crítico, muchas de ellas esenciales para la aeronáutica nacional.

Bajo estos preceptos, así como siguiendo la lógica macro y microeconómica que rige nuestra sociedad global del siglo XXI, un escenario prospectivo viable es que la aproximación que hasta el momento ha gestionado la industria aeronáutica nacional en vías de reactivación de minimizar riesgos y amortiguar los impactos de un largo periodo de inactividad sin apoyos gubernamentales y con un mercado brutalmente disminuido se mantendrá, y muy probablemente esto les dará un buen resultado por el siguiente trimestre. Sin embargo, si para el tercer trimestre del 2020 se mantiene la tendencia a la baja de la economía nacional (como es predecible) y este crecimiento negativo se incrementa en su magnitud (que esperamos no sea el caso) las aerolíneas y demás actores del sector aeronáutico nacional se verán obligados a tomar la opción “c”, que es transferir los impactos a otros actores vinculados.

Esto se traducirá en menos servicios complementarios; costos adicionales para pasajero y transportistas; costos adicionales en mantenimiento, refacciones y combustibles; reducción de servicios; e incremento de tarifas. Esto evidentemente impactará negativamente al consumidor final, pero puede que se trate de la última alternativa viable para mantenerse a flote. Ciertamente es un escenario que no quisiéramos ver concretado -menos en este ya tortuoso 2020- pero es posible.

Es entonces oportuno que aquellos actores que se encuentren en el sector aeronáutico nacional tomen providencias, y busquen maximizar sus beneficios durante este trimestre para evitar tensiones innecesarias en el futuro inmediato. Hasta el momento no se ha publicado un plan nacional para hacer frente a una economía en “caída libre”, en parte por que buena parte de las autoridades federales y sus titulares “no creen” en lo que implican estos indicadores, o deliberadamente quieren ignorarlos. Esto es muy peligroso, pero como sector debemos hacer frente a la ineludible realidad y prepararnos. Esto implica realizar una muy objetiva Gestión Estratégica de Riesgos por empresa y por rubro, y plantear estrategias innovadoras para hacer frente. Antes de que acabe el 2020 de esto dependerá supervivencia de muchos actores nacionales.

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