El apellido Karnofsky está ligado a una de profunda segregación racial, un mal que aqueja a todas las sociedades humanas en todos los tiempos. El apelativo es también una historia de movilidad social, de material y emocional, que debería hacernos reflexionar en momentos como los que vive la sociedad mexicana, donde se hace apología de la pobreza y donde se construyen mensajes polarizadores y clasistas después de las elecciones, muy específicamente con los lamentables memes que han circulado sobre la demarcación geográfica que produjo el en la capital del país.

A principios del siglo pasado, Alex Karnofsky vendía carbón en Nueva Orleans. Siendo judío sufría la segregación que también aquejaba a los afroamericanos en un país profundamente racista. Le ayudaban su hijo y un amigo de éste (trabajador de la familia), un niño de origen humilde de raza negra, que tuvo que dejar la primaria por falta de recursos y encontró en esta familia de inmigrantes un cobijo material y espiritual en una época de tremendas carencias. Cada vez que pasaban por el aparador de una tienda, en una zona donde abundaban las casas de empeño, el pequeño se le quedaba viendo a un instrumento musical. El señor Karnofsky entró un día al establecimiento y compró la corneta. Generosamente la puso en manos de aquel niño y lo instó a aprender a tocarla. Otra versión de la historia dice que fue la señora Karnofsky quien le dio al niño dos dólares y el propio chamaco ahorró el resto hasta juntar los cinco dólares que valía el preciado artículo. Como sea, el resultado fue fenomenal.

Hoy no hablaríamos de uno de los grandes trompetistas de todos los tiempos, Louis Daniel Armstrong, si no creyésemos en la posibilidad de apoyarnos más allá de las creencias racistas y en la capacidad humana para aspirar a la superación. La fascinante historia de «Louie» o «Satchmo» no hubiera sido posible sin ese ángulo de la condición humana que pone a un lado los prejuicios aprendidos en aras de ver al otro más allá de un estereotipo. Aquel instrumento fue un salvoconducto liberador para un individuo aparentemente condenado a seguir siendo lo que era, un negro pobre en un país de blancos. Más que una corneta, aquel objeto fue una puerta para salir de la pobreza y eventualmente tener fama y fortuna. El mensaje es inspirador y digno de difundirse pues construye implícitamente esperanza, dice: «si yo pude, tú puedes», hace posible creer que la aspiración es legítima, es humana y es digna.

Me causa conflicto escuchar que se hable desde el poder denostando a la clase media, como lo hizo el Presidente cuando asocia a alguien que tiene preparación académica «con licenciatura, con maestría, con doctorado…» con «una actitud aspiracionista, triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta». ¿Es moralmente condenable aspirar a la superación personal? Me parece que lo condenable es que alguien, en la búsqueda de una mejor situación socioeconómica, cometa ilícitos y tenga valores contrarios al bien común, independientemente de su saldo bancario, los títulos académicos que acumula o el periódico que lee. La narrativa presidencial es clasista y hace apología de la pobreza, ¿existe un ejemplo en el mundo donde este discurso haya generado prosperidad y una mejor distribución de la riqueza? Me gustaría conocerlo.

Si algo hará fuerte y sostenible a la de es fomentar una clase media más grande y próspera, alentando desde el gobierno que incentiven que más personas en condición de pobreza se integren a la clase media. Esto implica que esas personas tengan la aspiración de lograrlo, de que el gobierno aliente esa movilidad social y no el estancamiento donde hay que conformarse con lo que a uno le tocó.

Mi padre, miembro del Ejercito Mexicano, visitaba a mi mamá en su casa de la colonia Peralvillo en la . Mis abuelos maternos eran también burócratas. Hasta mi adolescencia no visité más que a doctores del ISSSTE y mis escuelas fueron siempre de gobierno. Soy producto de la movilidad social que ha vivido el país durante décadas.

Louis Armstrong cambió al jazz desde que pegó la nariz en un aparador. Nadie debería suprimir el legítimo deseo de superarse.

@eduardo_caccia

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